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¿Puede la tecnología ser realmente una aliada de la justícia social?

La revista digital WWWhat’s New, el prestigioso medio especializado en innovación, ciencia y tecnología, publicó el 29 de agosto de 2025 un artículo que reflexiona sobre cómo la tecnología puede convertirse en una herramienta transformadora para promover la justicia social y la empatía en nuestras comunidades.

A continuación, presentamos un resumen de las principales ideas que recoge dicho artículo, con el objetivo de acercar sus reflexiones a nuestra comunidad de LinkedIn. Y al final, algunas preguntas.

Educación personalizada mediante Inteligencia Artificial

En este contexto, las innovaciones en educación también juegan un papel clave. Un ejemplo es el proyecto MindCraft, que actúa como un tutor virtual, capaz de detectar fortalezas y lagunas de cada estudiante para adaptar los contenidos según sus necesidades individuales. Este enfoque transforma los desafíos de zonas con recursos limitados, permitiendo que los estudiantes tengan acceso a una educación de calidad sin importar su ubicación.

De hecho, MindCraft ya es una realidad como modelo teórico y experimental con tutores virtuales basados en IA capaces de personalizar el aprendizaje y ofrecer mentoría a estudiantes de zonas rurales en la India, con el objetivo de reducir la brecha educativa y garantizar oportunidades más allá de las limitaciones geográficas.

Democracia digital y participación ciudadana

Ahora bien, la inclusión no se limita al ámbito educativo. También en la esfera política, las nuevas herramientas digitales están renovando la participación ciudadana mediante plataformas que permiten opinar, proponer y monitorear la gestión pública de forma más directa y transparente. Es como si existiera una plaza pública digital abierta las 24 horas, donde todas las voces—especialmente las históricamente marginadas—encuentran un espacio para ser escuchadas.

Un ejemplo es Decidim, una plataforma digital de código abierto impulsada inicialmente por el Ayuntamiento de Barcelona que permite a la ciudadanía participar en consultas, debates, presupuestos participativos y procesos de toma de decisiones de manera transparente y abierta. Con el tiempo, su uso se ha extendido a otras ciudades de Europa y América Latina, convirtiéndose en un referente internacional de democracia digital participativa.

Autonomía sobre nuestros datos personales

Sin embargo, este nuevo escenario de apertura también plantea un reto crucial: el control de la información personal. La autodeterminación digital, impulsada por el Foro Económico Mundial, busca que las personas decidan de manera consciente qué datos comparten y con quién. Herramientas para visualizar, revocar permisos y editar información se vuelven esenciales para fortalecer la soberanía digital individual.

Un ejemplo claro es el Panel de control de privacidad de Google (Google Privacy Dashboard). Desde allí, cualquier persona puede ver qué datos se han recopilado (historial de ubicaciones, búsquedas, actividad en YouTube…), revocar permisos a aplicaciones o servicios vinculados y editar o eliminar información que ya no desee compartir.

Design Justice y sostenibilidad desde el diseño

En paralelo, surge la necesidad de preguntarse cómo se diseñan estas tecnologías. El enfoque de Design Justice, defendido por activistas como Sasha Costanza-Chock, sostiene que toda tecnología debería crearse desde una perspectiva de equidad, justicia social y sostenibilidad ambiental. Plantear preguntas como —¿para quién? ¿quién queda fuera? ¿con qué impacto ambiental?— es tan crucial como asegurar que los productos funcionen bien.

Tecnologías comunitarias para economías solidarias

Finalmente, no podemos olvidar el papel de las iniciativas nacidas desde la base. Desde software libre hasta plataformas cooperativas y monedas digitales comunitarias, existen ecosistemas tecnológicos diseñados por y para las comunidades. Estos modelos, alineados con la justicia generativa, empoderan a las personas no solo como usuarias, sino como co-creadoras del entorno digital que desean habitar.

¿Es suficiente?

Ahora bien, más allá del entusiasmo, también vale la pena hacerse algunas preguntas: ¿puede realmente la tecnología garantizar por sí sola una sociedad más justa y empática, o seguimos necesitando cambios estructurales más profundos? ¿Cómo evitamos que estas soluciones digitales reproduzcan desigualdades existentes o dependan de grandes corporaciones con intereses propios? Y, sobre todo, ¿qué papel debemos asumir como ciudadanía para que la tecnología con propósito no se quede en un eslogan inspirador, sino que se traduzca en impacto real y sostenido?